DG. 3 / Palladino-Civilla

martes, 27 de agosto de 2013

 Amor por las marcas: ¿Hasta que la muerte nos separe?


El término “marca” surge a partir de la necesidad de identificar el ganado, en los tiempos en que éste era un bien común. Se utilizaba una herramienta de hierro con la que se grababa las reses para distinguirlas de otros ganaderos. Desde ahí, el término se utilizó para designar al nombre o la etiqueta que diferencia a los productos.

Desde la Revolución Industrial en adelante la cantidad de productos que aparecieron fue creciendo tanto que la diferenciación entre los mismos se tornó cada vez más difícil. Ya no alcanzaba con enumerar las características del producto y publicar un “lindo” aviso, ya que había muchos que ofrecían lo mismo. Es ahí donde el marketing introduce el concepto de “posicionamiento” y más tarde el de “branding”. El mismo no se refiere a la simple creación de un logo o un packaging, sino a la creación de un concepto que signifique una experiencia única e inigualable para las personas, logrando que sólo piensen en esta marca y no en las demás.


Todas las definiciones coinciden en que el branding se centra en la exaltación de la marca a través de una  profunda conexión emocional con el consumidor. Su objetivo final es convertir a la marca en un codiciado objeto de deseo.



Este spot creado por Young and Rubicam para un centro comercial, de alguna manera refleja esa dicotomía que tenemos los consumidores: entendemos que estamos siendo “víctimas” del marketing, pero no podemos (o tal vez ni siquiera queremos) resistirnos.

En nuestro país como en tantos otros hay empresas que alquilan carteras Louis Vuitton o Gucci entre otras marcas, para que las mujeres se sientan protagonistas de Sex and the City, aunque la magia termine a la semana, cuando haya que devolverla.

Si pensamos que marcas como MM, que vende confites de chocolate tiene una tienda de 3 pisos en Times Square donde venden su propio merchandising, es bastante claro que cuando la gente se hace fanática de una marca, el producto pasa a un segundo plano. Por supuesto no son tantas las marcas que logran que la gente pague para hacerles publicidad, pero cada vez son más.

Estas imágenes nos demuestran que en algunos casos el amor por las marcas no tiene límites.
Los que trabajamos en el mundo de la comunicación sabemos lo complejo, costoso y largo que es el proceso de “enamorar” al consumidor. Porque, como en la vida, para enamorarlo primero tenemos que lograr que nos distinga entre la multitud, nos mire, nos de la oportunidad de conocernos y finalmente decida quedarse con nosotros. Lo de la fidelidad ya es otro tema.

Los expertos comparan el amor por las marcas con el que sentimos por un ser querido. ¿Es eso posible? ¿Podemos los profesionales de la comunicación lograr que el consumidor “se enamore” de una marca? Y si logramos que se enamore ¿podemos conseguir que le sea fiel?

Sofía Palladino